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ABERRACIONES ANTROPOMETRICAS DEL RIESGO CARDIOVASCULARPublicado: Sábado, 29 de Marzo de 2014 - 08:53:17 PM
La medicina moderna basa sus opiniones, y muchas veces sus conductas, en una serie de hechos demostrables que, los epidemiólogos clínicos y los doctos en el arte del análisis de datos e información, han tenido a bien bautizar con el nombre de EVIDENCIA. Dicha evidencia, jerarquizada en diferentes grados de importancia y credibilidad, dependiendo de la rigurosidad metodológica de la obtención de la información que a ella condujo, del número de casos evaluados, de la reproductibilidad de los resultados y otras variables, es tomada como la verdad ultima para ese momento, o por lo menos, como lo más cercano a la verdad absoluta dentro del escenario de temporalidad y espacialidad en que se obtuvo ese resultado particular. Esos resultados, decantados en guías de manejo, textos, cátedras y opiniones de expertos, condicionan a su vez la conducta diagnóstica y terapéutica del ejercicio profesional del médico, su apreciación ética y hasta el peso moral de sus errores. En ese orden de ideas se han desarrollado scores de riesgo, índices predictores de eventos como la muerte o la posibilidad de presentar un accidente de salud y aunque en realidad no sirvan absolutamente para nada, aparte de alimentar el lujurioso deleite que otorga el poder de la anticipación; la constante que sostiene el poder sobre otros parece ser la posibilidad de enunciar, con alto grado de certeza, lo que va a suceder. Conocimiento que aplicado al caso particular de la salud individual o colectiva, lleva implícita la manera misteriosa, oculta a los profanos, de conjurar lo adverso, bajo la condición expresa de aceptar mi verdad, para este caso; la perspectiva de la evidencia. Bajo esa óptica de la rigurosidad positivista se han desarrollado sistemas para predecir la posibilidad de un infarto, de una trombosis cerebral, de una embolia pulmonar, de desarrollar diabetes, de salir a tiempo de una clínica para ver un partido de fútbol, del tiempo que nos queda por vivir y hasta del número de personas que deban tener fe para que una se salve, hallando justificación, entre muchos, a los más pintorescos y singulares parámetros predictores del riesgo, también a los llamados factores de riesgo; aquellos ruidos del funcionamiento corporal que tienen el poder de romper la armonía de lo normal y conducir inevitablemente al caos fisiológico, antesala de la muerte. En la historia de la medicina reciente, a saber: La fuerza que la sangre ejerce sobre las paredes de las arterias al circular (entendida como medida de presión), el número de veces que el corazón late en un minuto como respuesta al ejercicio y el tiempo que tarda en retomar la frecuencia inicial, el perímetro de la cintura como valor absoluto y dividido entre el perímetro de la cadera, el nivel de colesterol en la sangre, la relación del peso corporal con la talla (signado como índice de masa corporal), el nivel de la glucosa en la sangre, el grado de sedentarismo, la alimentación mal sana, la aspiración de humo de hojas secas como actividad recreativo-adictiva, el protagonismo de un aminoácido en la posición incorrecta o los desvaríos de una base nucleica distraída que improvisó la secuencia de su libreto. A la par del trasegar en la búsqueda a ultranza del más exacto e infalible predictor del riesgo, acontece la búsqueda frenética de un método para conjurar la adversidad de los factores que alimentan dicho riesgo. Así nos paseamos crédulos entre el ejercicio de saltos y carreras (mal llamado aeróbico o cardio) como el único cierto para prevenir enfermedades cardiovasculares; hasta el ejercicio de fuerza y masa muscular, por muchos años satanizado y gracias a la divina providencia y al valor de científicos independientes reivindicado como un método tanto o más eficaz que el primero, el consumo compulsivo de grasa de peces nórdicos y productos vitamínicos antioxidantes, el divorcio con las proteínas animales, la meditación trascendental, el fanatismo religioso, el yoga y hasta la actividad sexual prescrita con rigurosas dosis semanales. En este colorido escenario de aciertos y desaciertos, impelidos por el afán protagónico de encontrar una panacea antropométrica que los catapulte a la inmortalidad de los pergaminos históricos, manipulando y acomodando los números, como siempre se ha hecho para llegar al resultado deseado, sin mirar más allá de las propias narices en la secuencia de causalidad, algunos científicos criollos dicen haber encontrado la panacea antropométrica de la longevidad y la salud, y nos proponen con avalanchas de evidencia el PERIMETRO DEL MUSLO, como el más fuerte predictor independiente de larga vida, olvidando el pequeño detalle que este depende, en proporción directa, del grado de actividad física y deambulación que tengamos. Nadie por supuesto contradecirá que el agua moja. Es entonces que se me antoja como válida la predicción que una gitana me hiciera, hace más de treinta años, una tarde feliz y soleada del caribe, en el fragor de una ducha publica en las playas del cabrero (Cartagena – Colombia): que la verdadera longevidad no se leía en la palma de la mano, ni en los niveles de colesterol, sino en la longitud de la uretra. Cosa que, sin ser vanidoso, me alegró mucho.
Publicado: Sábado, 29 de Marzo de 2014 - 08:53:17 PM |
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LA CASALunes, 2 de Enero de 2012 - 11:15:19 AM
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